Historia de un parto humanizado

3:30 AM:

Ana se levanta al baño. Yo tengo el sueño ligero, así que pelo los ojos y mi corazón se despierta. ¿Será el momento esperado? Ya estamos en la semana 38.5 de embarazo y desde hace 10 días que fuimos al ginecólogo nos dijo que bebé puede llegar en cualquier momento.

Ana regresa del baño y me dice que fue una falsa alarma. 15 minutos después cuando estoy tratando de conciliar nuevamente el sueño me levanta: “no gordo, la verdad sí me duele, tengo cólicos”. ¡Esa era la señal! Agarro mi celular y le marco al ginecólogo, maldita sea me manda a buzón. Le mando mensaje, 1 palomita. Me meto a bañar y cuando salgo ya tengo mensaje de nuestro ginecólogo diciendo que le marque. “Tranquilo”, me dice, “¿cómo está Ana? ¿Cada cuánto las contracciones? Yo les recomiendo que se vuelvan a dormir, los primeros embarazos suelen tardar varias horas. Cualquier cosa estoy al pendiente.

¿Volvernos a dormir? Obvio no puedes de la emoción. Gracias a Dios que fue a las 3:30 am y no de día cuando podría yo haber estado en el trabajo. Fue un momento muy íntimo el estar abrazados esperando que se hiciera de día. Bajé la app para contar contracciones, mi esposa que había tomado el curso prenatal, sabía que no hay que alarmarse, que no es hasta que tienes contracciones intensas cada 3 minutos que debes irte al hospital. Ella tenía contracciones como cada 7 minutos y duraban sólo como 30-40 segundos. El doctor nos dijo que hasta que no tuviera 3 contracciones en menos de 10 minutos y duraran 1 minuto, convenía seguir en casa, pues sino las mamás suelen desesperarse en el hospital y es más probable terminen en cesárea. Mi esposa estaba totalmente de acuerdo y confiaba plenamente en su ginecólogo.

Ana siempre había querido un parto humanizado

Ella es anti-medicinas, a menos que esté muy grave, prefiere no tomar antibióticos. Está convencida que los antibióticos destruyen la flora intestinal y que el cuerpo es sabio y la mente poderosa para curarse. Desde que ando con ella hace 4 años, nunca ha tomado un antibiótico.  Para la gripa, tés de jengibre, vitamina c, agua de limón, jugos verdes.

En fin, es un poco necia en ese tema, pero el punto es que quería un parto natural, sin anestesia. En parte porque no le gustan las medicinas, pero más importante, porque quería estar muy presente durante todo el proceso de convertirse en madre. Sabía que podía. Su cuerpo está diseñado para eso. Cree que es lo mejor para el bebé. Ha leído que pasar por el canal vaginal tiene muchos beneficios para él, así que está dispuesta a lograrlo.

¿Por qué tener a tu bebé en Reina Madre?

2 PM: las contracciones

No aguanto más el estrés las contracciones han aumentado.  Le digo vámonos a Reina Madre. Ana lo entiende y me da la razón. Vivimos en Santa Fe y son 40 minutos para llegar a Toluca, así que nos subimos al coche y nos arrancamos En la cajuela todas las maletas estaban listas desde hace ya varios días.

Cruzamos los túneles de Santa Fe. Ana, concentrada en el asiento de atrás, venía con los ojos cerrados respirando hondo. Yo, también concentrado, manejando, pensando, escuchando una playlist llamada Mindfulness en Spotify, con el aire acondicionado puesto. Mis pensamientos van y vienen con tantas memorias. Mientras pasamos los verdes bosques de La Marquesa, mis ojos se llenan de lágrimas. Ella no se da cuenta que estoy llorando en silencio, pero paso mi mano al asiento de atrás para encontrarme con la suya. Nos apretamos.

Llegando al hospital la revisan y tenía 6-7 cms de dilatación.  De ahí pasamos a una de las suites de Reina Madre que se llama Reina Margarita. Mi esposa se llama Ana Margarita, así que como anillo al dedo. Ahí en la suite estuvo en labor. Yo, en silencio, dejándola ser al dedo. Ahí en la suite estuvo en labor. Yo, en silencio, dejándola ser.

El apoyo de la doula

Ana, acompañada de Amaya, una doula (acompañante obstétrica) que le hacía masajes en la espalda, le ponía parches calientes y la coachaba durante cada parte del proceso. Amaya bajó las cortinas y encendió un aparato de estos de aromas relajantes que huelen a spa. También sacó una bocina con música de tipo meditación. En medio del olor a lavanda que ahora tenía la habitación, Amaya le enseñaba a Ana a respirar cuando venía una contracción. De vez en cuando le rociaba agua con un mini atomizador con ventilador cuando a Ana le entraba algún bochorno. En medio del dolor del trabajo de parto, Ana estaba serena.

Nuestro bebé venía chiquito, desde los ultrasonidos previos nos dijeron no estaba ganando mucho peso. La placenta de Ana no funcionaba muy bien, cosas inexplicables. Además, para la semana 30 el bebé estaba sentado, eso frustraba los planes de parto. Ana había leído en internet que gatear podía hacer que bebé se volteara. Yo le dije que no había ninguna evidencia científica, pero Ana se puso a gatear todos los días, hasta el punto de sangrarle las rodillas. También se aplicó mucho con la comida y con las recomendaciones del doctor, hasta que por la semana 32, finalmente bebé se volteó y alcanzó el peso justo para considerarse chico pero normal, 2,500 kgs! Ya estábamos más tranquilos, ¡podía nacer por parto!

Regresando al tema del parto, las contracciones eran cada vez más intensas, cada minuto venía una y otra, así que pasamos a la LPR –salas especiales para parto humanizado– donde en lugar de dar a luz en un quirófano estresante y frío, lo tienes en una habitación, como lo hacen en Europa, Estados Unidos y países desarrollados. Después de mucho investigar, Reina Madre era de los pocos hospitales que realmente ofrecían un parto humanizado como el que nosotros queríamos. Y no es que ni Ana ni yo somos hippies, así que también nos aseguramos que tuviera quirófanos, cuneros y toda la tecnología de punta de un hospital de buen nivel.  La sala LPR me pareció hermosa. Todo estaba listo para recibir a nuestro bebé

 

Inicia la labor de parto

 

A mi esposa Ana siempre le ha gustado mucho el agua. Mucho es mucho. De hecho le di el anillo nadando en el mar en Cozumel, pues sabía que no hay cosa que más le guste que el agua. Estando ya con 10 cms de dilatación y con las contracciones a todo, ¿por qué no?, a Ana se le ocurre decir que quiere tener su parto en agua. Su ginecólogo y yo nos volteamos a ver como diciendo “eso no estaba platicado”, pero teniendo toda la experiencia y estando certificado para atender partos en agua, él está de acuerdo -es como Ana quiera- así que da instrucciones a la enfermera para que prenda la tina mientras le sonríe a Ana.

Como papá es MUY estresante la fase final del parto. Te sientes impotente. Estás viendo a tu esposa sufrir y a tu bebé como queriendo salir. Literal ya se ve la cabeza, está luchando por su vida. ¡Quieres que alguien detenga esto, que ya se acabe! pero en ese momento ya no hay vuelta atrás. Ya no puedes pedir anestesia para tu esposa, ni cesárea. Sólo queda pujar. Dicen que cuando de verdad ya no puedes más, es porque el bebé ya está por salir. Toda la habitación se estremece con cada grito y contracción.  Yo no dejo de ver y pensar en Ana.

La habitación LPR está toda oscura. Los doctores, la enfermera, la doula y yo estamos en la oscuridad. Sólo una luz indirecta de una tira LED en el techo ilumina apenas lo suficiente, mientras otra luz dirigida ilumina directamente hacia donde está por salir el bebé. Ana es la única protagonista. Ana pasa a la tina calientita y se pone en cuclillas. Ya está muy cansada, las piernas le tiemblan, pero el agua es como su hábitat  natural, así que su semblante le cambia. Por unos instantes se relaja, pero otra vez viene otra contracción, ¡tiene que ser de las últimas! Su ginecólogo le dice que puje una vez más con todas sus fuerzas.

El milagro de la vida ocurre

 

Escucho a Ana dar un grito, el más fuerte de todo el trabajo de parto. El agua se agita y veo como sale el bebé. Está abajo del agua. El agua hace supuestamente que su transición al mundo sea más suave. El doctor lo saca y se lo pasa a Ana. Ella llora de emoción, ¡lo ha logrado! Con un instinto maternal que yo no conocía, le habla a bebé con una dulzura infinita, se le ha olvidado el dolor, no para de sonreír, se le ve como extasiada. El cuarto sigue oscuro, sólo ella y el bebé. Yo la acaricio a ella, estoy llorando. Luego toco a mi bebé. Ginecólogo y pediatra revisan que todo esté bien y nos dejan tener nuestro momento. Pasan unos segundos, quizá unos minutos y el cordón deja latir, entonces me preguntan si quiero cortarlo, es un acto simbólico pero de mucho significado, bebé ya no estará unido a mamá por un lazo físico.

Todo el estrés que he vivido durante semanas se va. Todo es alegría incontenible. Mis papás y mis hermanos están justo detrás de la puerta de la LPR. Llevan 45 minutos ahí, con la angustia de no saber que pasa.  Hasta ahora sólo han escuchado a Ana a través de la puerta, pero como 10 segundos después del último grito, mi madre rompe en llanto -acaba de oír a su nieto llorar- ¡Cuánta alegría escuchar ese primer llanto de un bebé! ¡Está sanito! ¡Bendito Dios!

La historia de cada familia es única. Quremos formar parte de la tuya.

En Reina Madre no solo te atendemos: ¡Te entendemos!